23/12/21

No pares

Salir a la terraza como cuando era niña. Ver las macetas. Regarlas como lo hacía de pequeña: jugando a vender leche como hacía en Hervás. Sorprenderme del cielo todos los días. Hacer las mismas fotos en los mismos sitios, como si tuviera que dejar constancia de su diferencia. De que cada día cuenta. Vivir la independencia de mis hijas y mi extraña y titubeante independencia. Descansar y hacer cuatro cosas. Dudar, sentir la pena y la rabia de la falta de entendimiento, de la no comunicación, de la manipulación. Saber que no puedo ni quiero hacer nada para impedirlo. Como si la verdad o la interpretación de la verdad de cada uno fuera a llegar de un momento a otro. No hija, no es posible hablar.
El tacto del agua me devuelve los sentidos. Me gusta quedarme en casa. Tender la ropa, pasear, barrer, leer, echarme la siesta, hacer los deberes del cole....
Y aún así he sentido hace días días una cantinela antigua: ¿Ya está? ¿Es esto todo? 
En un descuido de mi mente logro observar esa necesidad, que más que necesidad es un hábito: seguir corriendo para llegar a algún sitio que siempre es mejor que aquel de donde vengo. ¿Ambición? Me río entonces de ella. O quizá es mejor decir que me río con ella. Sorprendo a mi mente y ella y yo (lo que sea que sea eso) nos reímos de la ambición de llegar a algún sitio. De no parar. De seguir. ¿Es ese un motor que nos mueve o que nos mantiene insatisfechos? ¿O ambas cosas a la vez? 

La vida es asin

Buscamos un hilo conductor que explique nuestra existencia, que responda a nuestros actos, que nos diga los porqués. Buscamos, desesperadamente, seguridad, un lugar de reposo, un rincón donde nos acojan y nos abracen. Y si no es así,  rompemos el mundo, atacamos sin reposo. Atacamos incluso al que pone en duda nuestra ilusoria seguridad. La vida es así. Qué frase más estúpida. La vida es así. ¿Alguien puede decirme que es ese "así"? 


2/11/14

Estos días azules y este sol de la infancia

Estos días azules y este sol de la infancia. Los últimos versos de Antonio Machado.

Sentir como cuando uno es niño: Los cambios de estación. Ponerse los calcetines de invierno. Machacar una piedra y notar el tacto de su polvo. El olor de un geranio, el sabor de los huevos fritos con patatas fritas...
De pequeño, no hay duda, uno siente más las cosas. Luego vamos creciendo, y vamos mecanizando pequeños gestos: despertarse, sentir el frío del otoño, desayunar, cambiarse de ropa. Y empezamos a vivir de un modo que casi podría llamarse virtual:  las pre-ocupaciones,  el próximo fin de semana, las próximas navidades....De vez en cuando alguna pequeña o gran emoción: un cumpleaños, una fiesta, una enfermedad o una muerte. Y nos prometemos vivir más intensamente, dar importancia a lo importante, fijarnos en  las cosas pequeñas...., pero se nos olvida.
La mecanización es necesaria, lo sé. No podríamos realizar las mil tareas que se nos imponen en el día a día si no mecanizáramos un gran número de ellas. Pero ¿y detenerse? ¿Cuándo encontramos tiempo para detenernos? Para ver que no hace falta marcharse lejos para ver un cielo azul-azul. Para sentir los olores los colores, los sonidos. Para simplemente sentir. Para volver a ver como si fuéramos niños. Ver la novedad de un gesto mil veces repetido. Y de vez en cuando, sólo de vez en cuando, recordar que seguimos vivos.
Por eso, este verso de Antonio Machado me cala tan hondo. Porque tengo la sensación de haber perdido ese sentimiento de presente que tenía cuando era niña, y lo echo de menos.
Pero no lo tengo todo perdido. Ahora que ya he traspasado la mitad de mi vida,  he decidido recuperar, en la medida de lo posible, ese sentimiento. Dar cada vez más espacio a los sentidos, pararme de vez en cuando..... Y respirar.
Y con un poco de suerte poder escribir antes de morir: "Esta tortilla de patatas y esta cervecita que me acabo de tomar...."



2/10/14

Libros de autoayuda

Tengo un serio problema con los libros de autoayuda. Y es que para mí, casi todos los libros son libros de autoayuda. 
Desde qué empecé a leer a Los cinco,  y luego a Agatha Christie, y le siguieron algunos bodrios de Sisí emperatriz, que yo encontraba magníficos.....En ellos descubría un mundo que no tenía, ni imaginaba. Me ayudaba pensar que la vida que yo llevaba no era la única, y que allí,  en otros países o quizá cerca de mí, existían niños que como los cinco, se reunían en cobertizos (¿cómo sería un cobertizo?) y se desplazaban en bici (¡una bici!) y vivían aventuras junto a un perro. Me ayudaba saber que existían personas diferentes y que si escribían, era porque existían. Ahora parece sencillo, pero cuando uno es pequeño, cree que el mundo es únicamente su entorno cercano, y el entorno cercano no siempre es lo que uno desea y necesita.
Cuando descubrí al Principito a los 15 años, me propuse creer en él, porque me parecía tierno, amable y lejano.  Un poco más tarde, tras leer la Metamorfosis de Kafka,  decidí ser existencialista, y dejé de creer en los seres humanos, aunque recuperé de nuevo la fe en ellos con Mario Benedetti y sus luchas y sus exilios. De los poemas de mi hermana adolescente, y de las canciones de Bob Dylan, aprendí que a veces no hacía falta entender las palabras, que a veces bastaba sólo con sentirlas. Que tenían el don de dibujar imágenes, abrir puertas interiores, y cerrar otras exteriores e insistentes.
Los libros me han ayudado a crecer. Me han formado. Me han construido por dentro y por fuera. Los libros han sido mis amigos, mis profesores, y a veces mi familia. A los libros me he agarrado cuando no tenía donde agarrarme. Los libros me han acompañado cuando no toleraba que nadie me acompañara.
Los libros me han abierto  la conciencia, me han expandido el horizonte, y han buceado en mi alma, mi  corazón y mi pensamiento.
Los libros me ordenan la mente, me tranquilizan, y casi todas las noches me  arrullan.
Buenas noches.



9/5/14

Manga por hombro


Empieza el calor, y durante unas semanas, que en ocasiones se convierten en meses, el armario es un desbarajuste de jerséis y camisetas, blusas y abrigos, pantalones de abrigo y pantalones cortos. Retraso el momento de cambiar la ropa todo lo que puedo. El tiempo puede cambiar de un momento a otro, me digo, pero es que además siento una pereza de muerte. Por fin, un fin de semana cualquiera, después de haber sudado la gota gorda con el chandal de invierno, me digo, ya está bien, de hoy no pasa.
Así me siento yo últimamente:  Soy cómo un armario de invierno-verano. En mi interior se mezclan confundidos, pensamientos con mucha lana junto a ideas livianas y brillantes. A veces salgo con mi pensamiento de invierno y paso un calor mental de muerte.
Cambiar el armario mental da igual de pereza, aunque es mucho más interesante. Porque yo tengo una cabeza muy pequeña. Nada parecido a esos vestidores maravillosos que veo en algunas personas,  capaces de sacar trajes y vestidos recién estrenados. No, mi cabeza es muy pequeña, insisto, y caben muy pocas cosas. Hay que andar ordenándolo todo contínuamente porque se me mezclan las ideas,  y se me olvidan las reflexiones de un año para otro.
Lo bueno de tener un armario pequeño es que, como no puedes guardarlo todo, tienes que escoger lo que guardas. Por ejemplo, ese pensamiento estrecho que guardas ya desde hace cinco años en espera de una talla que ya sabes que no vas a tener nunca, lo sacas y lo reciclas. O esa creencia holgadita que cualquier día se deshace del uso, vas y la tiras. Y no digamos ya de esos sentimientos pequeñitos y molestos, que guardas como recuerdo de algo que ya no recuerdas, vas y los olvidas.
Las ideas nuevas sientan mejor, no aprietan y duran más tiempo.
Bueno. Ahora ya sabéis por qué no escribo: tengo el armario manga por hombro. Y yo estoy ahí en medio, mirándolo todo, intentando decidir lo que guardo, lo que tiro, lo que me sirve y lo que no me sirve. Y aún no he empezado.



1/4/14

Crecer

Crecemos. Aumentamos de tamaño. Se ensanchan las caderas, cambiamos la voz. Cambiamos el traje y las maneras. Estudiamos. Trabajamos. Nos emparejamos. Tenemos hijos, sobrinos o ahijados o perros y gatos.

Crecemos. Pero no crecemos.

En nuestras relaciones con la pareja, con los hijos, con los amigos, con los compañeros de trabajo aún resuenan aquellas verdades insoslayables: Caca, culo, pedo pis. Rebota, rebota que tu culo explota. Y tú más, pero mucho más.

Te haces político, empresario, maestro, o cajera del Carrefour, o no te haces nada, y nuestra vida sigue aún girando en torno a aquellas palabras infantiles.

Sustituimos los dibujos animados por las series, los concursos, los magazines. Nos entretenemos. Nos entretienen. Pasa la vida....Y seguimos comportándonos como niños. A mí plin.

Nos convertimos en abuelos.  Envejecemos y morimos como niños arrugados. Niños buenos y niños repelentes y cascarrabias.

Contínuamente me encuentro con adultos que de adultos sólo tienen la edad. Escuchan sólo lo que quieren. Sitúan el mundo en blanco y negro. Compartimentan la vida en conmigo o contra mí. En las cosas son así y punto. En verdades subjetivas pero irrefutables.

Pongo la tele y aún sigue sorprendiéndome que personas supuestamente inteligentes, con estudios, y que toman decisiones sobre nuestras vidas sigan expresándose igual que los niños. Políticos, escritores, empresarios, presentadores, gestores, activistas....

Nos creemos lo que dicen porque parecen gente seria y adulta. Llevan traje y corbata. Han ido a la universidad. Tienen un puesto importante. Les creemos. Nos producen confianza. Creemos que ellos van a hacer las cosas bien. Pero escuchadles con atención. Escuchadles de verdad. Analizad realmente lo que dicen. Observad cómo solucionan sus diferencias, cómo intentan arreglar los problemas y escucharéis de nuevo aquellas frases infantiles: Caca, culo, pedo, pis. Y tú más. Rebota, rebota que tu culo explota.



2/2/14

Derecho a nacer o derecho a vivir

El niño tiene ya 13 años y no hay quién le aguante. En el colegio se desesperan y desespera a su madre. Está en la edad. Pero este niño no sólo está en la edad.

El niño es español de padres marroquíes, ambos en paro. El niño tiene otros tres hermanos menores. Y el niño además no crece.

No crece, no ve bien, no respira bien, no mueve algunos dedos, le faltan piezas dentales, no levanta bien los brazos, le duelen las rodillas....

Cada año un poco más.

Y esto que acabo de decir puede despertar lástima o compasión,  pero no es mi intención. Es  una realidad.
Y es una realidad, aunque miremos para otro lado. Aunque su madre a veces tenga que taparse los oídos y los ojos para poder seguir viviendo, para no deprimirse ni morirse de pena. Porque el niño tiene muchas preguntas pero no tiene ninguna respuesta.

Pregunta hacia dónde le lleva esta enfermedad. Pregunta por qué el no puede ser como los demás. Pregunta por qué no le dan el tratamiento que acabaría con este deterioro. Y estas preguntas, son preguntas reales.

Y como no hay respuestas, el niño se rebela. Contra todo y contra todos. El niño acumula odio. Un odio que nace de la incomprensión. Que nace de sentir el mundo como un lugar a la medida de los demás, excepto de él. 

El niño se porta mal. Pero ninguno tenemos el tiempo, ni el valor, ni las ganas de ver más allá de ese comportamiento. Porque quizá preferimos no tocar demasiado ese mundo de dolor porque duele demasiado. El valor de remangarnos y entrar de lleno en él. Ya lo harán otros, pensamos. Pero nadie lo hace. 

Porque ese es otro clavo más. No hay suficientes medios. No hay dinero. No hay voluntad. Pero sí hay un tratamiento que no quieren dar porque cuesta demasiado. Después de más de tres años luchando por intentar conseguirlo, siguen sin querer dárselo.

Me gustaría poder meter todo su dolor en una carta, el suyo y el de sus padres, y mandárselo a estos señores que nos gobiernan, para que les explotara en la cara. 

Porque hay que ser un hipócrita o un inconsciente, para decir que los no nacidos tienen  derecho a nacer, pero al parecer no tienen el derecho a seguir con vida una vez han nacido, porque ustedes no quieren ofrecer los medios para que puedan vivir y digo vivir, no malvivir. Porque este niño no llegará a los 18 años si no le dan el tratamiento que necesita.  Porque este niño y su familia  sufrirán lo indecible, yendo de médico en médico intentando paliar el deterioro.

Y lo peor es que este niño tiene una hermana pequeñita de cuatro años. Una preciosidad que padece la misma enfermedad. Que también tuvo su derecho a nacer  pero, igual que su hermano mayor,  al parecer tampoco tiene derecho a vivir.





25/1/14

Esos seres celestiales


Admiro a mi amiga Marta, que siempre ve el lado positivo de las cosas y para quien cada día es un regalo. Admiro a Raúl, mi compañero de trabajo, que jamás le ha dado un grito a un alumno, a Paloma, que siempre sonríe y nos trae galletas de chocolate a las reuniones. Admiro a la gente tranquila, a los que escuchan, a los que siempre están de buen humor, a los optimistas.
Admiro la capacidad de estas personas para trasmitir  su buen rollo (o energía positiva). Me gusta estar  a su lado. Busco el sol que ellos son, y me tuesto un poco con sus rayos.

Hace tiempo, creía que estas personas eran una especie de seres celestiales que aterrizaban en la tierra y, como seres celestiales que eran, eran pocos y habían venido al mundo con esa gracia celestial: o eras uno de ellos o no lo eras en absoluto. Y yo no lo era. No había nacido tranquila, ni paciente, ni positiva.
Y aunque siempre intentaba acercarme a ellos por ver si se me pegaba algo, resultaba imposible. Por más esfuerzos que hacía, por más voluntad que ponía, a mí me salía un chillido en lugar de un tono normal, me aceleraba en vez de tranquilizarme, atropellaba las palabras en vez de ponerlas en orden, me enfadaba cuando no quería enfadarme. Lloraba de impotencia. Me parecía una tremenda injusticia divina haber nacido así.

Ha pasado mucho, mucho tiempo desde entonces. Y aunque sigo sin ser tranquila, ni paciente, ni positiva, al menos he aprendido que se puede cambiar un poquito, y sobre todo,  he aprendido a perdonarme y quererme.

Yo no soy uno de esos seres celestiales. Simplemente es así. Pero llevo un largo camino intentando mejorar, buscando trucos de magia, reflexionando, leyendo y trabajando. Trabajándome por dentro. Es un camino difícil que los seres celestiales jamás conocerán. Y está bien así. Pude darme cuenta a tiempo de que se podía ser de otra manera: nunca llegaría a ser uno de esos seres maravillosos y admirables, pero podía ser yo, con toda mi carga de aprendizaje.

Y también  sé que yo, siendo un ser terrenal en las antípodas de esos seres celestiales,  les trasmito sin embargo buen rollo (o energía positiva).



9/1/14

Un árbol y un libro

Cuando yo era pequeña me gustaba mucho dibujar. Decía que de mayor iba a ser pintora. No se me daba mal. Todavía recuerdo aquel premio que me denegaron con cinco años, porque las monjas estaban convencidas de que yo no había hecho el dibujo. Ese día aprendí lo que era la Injusticia. Pero yo seguí pintando. Pintaba barcos, mares, paisajes, niños y peces. Pero hay algo que recuerdo de forma muy especial. Un dibujo que repetía una y otra vez, quien sabe porqué. Puede que lo hubiera visto en algún sitio. Puede que me lo inventara. La cuestión era que dibujaba siempre lo mismo: un hombre o mujer leyendo debajo de un árbol. 
Esa imagen me ha venido a la cabeza miles de veces desde entonces ( y desde entonces son muchas miles de veces) Esa imagen era la proyección de mi felicidad: Yo leyendo debajo de un árbol. Porque aunque en mi barrio no hubiera muchos árboles ( soy de Carabanchel, como Manolito Gafotas) yo imaginaba que leer debajo de un árbol era el colmo de la felicidad. Amaba los libros y los árboles.
Y lo sigo haciendo.  Mi relación con los libros fue en aumento,  así como mi relación con los árboles. Qué cosa más absurda, pensaréis, cómo puede uno relacionarse con los árboles. Posiblemente  sea  una idea absurda, pero para mí tiene su lógica. Antes he dicho que en mi barrio no había muchos árboles, pero no es cierto. Había oasis detrás de los muros. Oasis  que no podía ver aunque sí imaginar.  Y la imaginación de esos bosques que se escondían detrás de los muros (hoy ya públicos, en la calle General Ricardos) alimentaba más aún mi deseo y mi curiosidad. Según fui creciendo descubrí el monte, el campo y los bosques. Y por supuesto los árboles. Sus formas, su textura, sus dibujos, sus ramas, sus raíces , su arte y su lenguaje, y entendí porqué amaba los árboles. ¿Habéis abrazado alguna vez un árbol?  
Este invierno he descubierto "el pino de los abrazos", una especie curiosa que crece en la sierra de Guadarrama y que merece la pena conocer, y he leído mucho, alimentando mi ración diaria palabras.
Y de nuevo he recordado ese dibujo que hacía de pequeña, y del cual no guardo ningún ejemplar. Y he pensado que esa es, en efecto, una de las imágenes de la felicidad.

15/12/13

Des-educando

Cuando hablamos de la situación de la enseñanza en nuestro pais, enseguida empezamos a sacar nuestros recuerdos de infancia y hablamos de cuando éramos cuarenta en clase, del respeto que se tenía a los profesores, de lo bien que nos portábamos y de la disciplina que había entonces, incluso a costa de un reglazo en la punta de los dedos.

Los niños de ahora nos parecen unos consentidos que no se esfuerzan por nada ni respetan nada y siempre nos estamos quejando de que algo no funciona en educación, hecho corroborado por sucesivos estudios que año tras año confirman nuestras sospechas. A esto se añade que con cada cambio de gobierno aparecen nuevos "expertos" que dan la vuelta a todo lo anterior, afirmando que el suyo será el sistema que va a conseguir definitivamente sacarnos del lodo de la incultura, véase por ejemplo la última reforma educativa en Madrid y la actual LOMCE que en vez de poner el acento en lo que ya no vale, retoma una idea de la educación que nos instala de nuevo en aquellas clases de nuestra infancia, con el agravante de que la sociedad actual no es ni por asomo  aquella.

Los cambios sociales son de sobra conocidos: Padres y madres que trabajan y niños con  poca atención, separaciones y divorcios, familias monoparentales, situaciones económicas, familiares, personales o sociales muy difíciles, quizá igual de difíciles que entonces, me dirá alguno, sí es verdad, pero con la diferencia de que antes esos niños  no estaban escolarizados y ahora sí lo están. En el lado opuesto, un exceso de estimulación contínua, de competitividad feroz que lleva a muchos padres a querer que sus hijos sean deportistas, músicos, trilingües, informáticos y buenos estudiantes.   Padres semi adolescentes con niños sin límites y padres que aún hoy siguen solucionando todo con un tortazo. Todo ello lo refleja el alumno en el aula: inquietud, estrés, alumnos con TDAH ( trastorno por déficit de atención e hiperactividad) desmotivación, depresión y drogadición. Es inquietante ver cómo cada año aumenta el número de alumnos tratados médicamente por alguno de estos trastornos. No ayuda nada el hecho de que cada vez haya un mayor número de materias, todas importantes al parecer, y con una exigencia de esfuerzo que según qué profesor, se traduce en  dos horas extra de deberes una vez terminada una jornada, casi laboral, de siete y ocho horas.

En este contexto se le pide al profesor que sea una mezcla de psicólogo, animador, educador y maestro. Que conozca a cada alumno. Que sepa atender a los padres y les de respuesta a sus necesidades. Que corrija deberes, exámenes y rellene informes. También se le exige que sepa inglés, informática, que se recicle y que esté al tanto de los cambios y novedades en su campo. Y todo esto en unas clases saturadas y con un exceso de alumnos, que en ocasiones supera los trescientos estudiantes por profesor en secundaria. No es de extrañar que el índice de estrés se haya disparado entre los educadores.

Por otro lado, los docentes seguimos aplicando en gran medida, el mismo estilo de enseñanza de hace 10, 20 o 30 años. Seguimos el libro de texto como si fuera la biblia, ponemos exámenes que se basan principalmente en memorizar uno o varios temas ( "comprender" se dice, en caso de que el alumno utilice su propio lenguaje) Vivimos en burbujas sin ninguna relación entre nosotros. Nuestro horario no contempla por ejemplo, reuniones de equipos docentes, cosa imprescindible para que hubiera una mínima coherencia entre nosotros. Este sistema de trabajo, aparte de saturar al profesor de correcciones sin fin, centra su base en la adquisición de conocimientos teóricos, que se olvidan fácilmente (de ahí la contínua repetición año tras año de los mismos contenidos en muchas materias)

¿ Qué podemos hacer? ¿ Cómo cambiar este rumbo?

No soy ninguna teórica de la educación, pero voy a atreverme a esbozar algunos trazos de por dónde creo que debería ir la educación. No voy a entrar en todo aquello que los docentes reivindicamos para poder realizar bien nuestro trabajo: menos alumnos por aula, más horas de coordinación docente, menos horas lectivas etc., sino en aquello que no se hace y podría hacerse con sólo un poco más voluntad y un poco menos de resistencia al cambio por parte  de padres, profesores e instituciones.

Simplificar  contenidos.

Vivimos en un mundo con tal amplitud de conocimientos, que  se hace imposible tratar de saberlos todos, aparte de ser innecesario, ya que jamás como ahora teníamos la posibilidad de acceder a ellos mediante internet. Sin embargo parece que quisiéramos  abarcarlos todos.  Es un error. Nadie puede saber de todo. Se pueden abrir ventanas al mundo, aumentar la curiosidad por nuevos saberes, pero no puedes conocerlos todos.   A esto se le suma la importancia que el poder establecido concede a unas y otras, por ejemplo quitando horas a la educación artística o filosófica a favor de la lengua y las matemáticas. Así pues el primer paso sería simplificar el número de contenidos. Sé que es difícil determinar qué se debe estudiar y qué no, pero al menos tenemos la opción de no seguir ampliando el currículo.  Y cuando hablo de simplificar contenidos no hablo sólo de no tener tantas materias, sino de no dar tanta materia. Muchos, demasiados profesores, saben que no son más horas lo que dan más conocimiento, sino menos alumnos por aula, un tratamiento más personalizado y una reducción de contenido teórico que, con el sistema actual,  convierte a veces las clases en una carrera por llegar a fin de curso con todo el temario dado. Porque ¿de verdad es tan importante que un niño de sexto de primaria termine el curso sabiendo lo que es una desinencia?¿ tanto puede influir en su acceso a secundaria? ¿No deberíamos aumentar el gusto por la lectura y la escritura  y enseñarles a hablar, escribir, exponer un tema y debatir, en vez de hacerles aprender de memoria algo que, aparte de no servirles para nada, les hace odiar la lengua? Y ahí vamos con otra de las batallas que tenemos que librar.

Olvidar la memorización a ultranza.

Existe un exceso de teoría en detrimento de la práctica, un exceso de memorización en detrimento de la acción. Todo esto queda en manos de la buena voluntad de los profesores y de su capacidad creativa y docente. Memorizar está bien, pero creer que saber algo es memorizarlo es una estupidez. Sin embargo año tras año ponemos exámenes que al parecer miden el saber de un alumnado que sin embargo lo olvida para el año siguiente. Es un sistema absurdo, pero al parecer no se nos ocurre nada mejor. Sin embargo un alumno no debe adquirir conocimientos sino competencias. En el actual sistema conviven, sin que se sepa muy bien cómo: contenidos, objetivos,  criterios de evaluación  y competencias. La relación entre ellas sería aproximadamente la siguiente: un alumno debe alcanzar unos objetivos que consigue mediante unos contenidos que se evalúan con unos criterios de evaluación. Hace unos años vinieron las competencias, que conviven pacíficamente ( como si no existieran) con los objetivos anteriormente citados,  sin que nadie sepa a ciencia cierta el cambio que su inclusión ha supuesto. Las competencias tienen sin embargo un elevadísimo nivel práctico que obligaría a hacer un cambio radical que no sólo no se ha hecho, sino que parece que vaya a olvidarse en el baúl de los recuerdos. No obstante es lo que hay que enseñar y evaluar. Pues bien ¿ Cómo evaluamos la competencia para aprender a aprender; la competencia para la autonomía e iniciativa personal; la competencia social y ciudadana ?¿ Y cómo alcanza el niño esas competencias ? ¿ Leyendo que debe ser autónomo y tener iniciativa y poniéndolo después en un examen? 

Practicar, practicar y practicar.

Los enfoques en la enseñanza se mueven, simplificando bastante, entre un estilo técnico y un estilo práctico. El estilo técnico se basa en el conocimiento experto del docente, en la memorización y en el estudio de materias como si estas no tuvieran nada que ver con la realidad. El estilo práctico promueve la participación activa del estudiante y en ligar los conocimientos a la realidad. Pues bien, si absolutamente todo el mundo está de acuerdo en que se integra mejor el conocimiento que se practica y el que se puede ligar a la realidad ¿ por qué no se pone en práctica el estilo práctico valga la redundancia? ¿ por qué seguimos empeñados en estudiar materias como si fueran islas completamente aisladas de la realidad? Las dificultades para llevar a cabo está labor vuelven a centrarse en  el exceso de estudiantes por aula y el exceso de materia. Practicar requiere tiempo y cuando la prioridad es cumplir con un temario queda poco tiempo para experimentar y  requiere además conocer a cada uno de los estudiantes e interactuar con ellos, cosa bastante difícil (aunque no imposible) con la actual saturación  en las aulas.

Educar lentamente.

Ahora que está tan de moda el movimiento slow, reivindico un slow teaching ( que seguro que existe)  Echar el freno a las prisas de nuestro mundo actual. Darnos cuenta de nuestras limitaciones. Pero sobre todo porque educar, educar de verdad, precisa tiempo. Para saber, conocer y sobre todo reflexionar. Profesores y alumnos, juntos y por separado. Hacer las cosas lentas no significa perder el tiempo, aunque algunos lo hagan. Sin embargo parece identificarse la lentitud con la ineficacia y la vaguería. No es así. Es la misma diferencia que usamos en la educación de los hijos: es mucho más lento enseñar a recoger la habitación a un niño que la recoja el padre o la madre. Enseñar a un niño a realizar algo por su cuenta es mucho más lento que enseñarle a memorizarlo, pero infinitamente más eficaz. Aprovechar las oportunidades que ofrece el trabajo con los alumnos para reflexionar con ellos, requiere que el profesor tenga el tiempo suficiente y se crea de verdad que no todo lo que se enseña está en un libro.

Enseñar Inteligencia emocional y con inteligencia emocional

Este punto me parece tan de perogrullo, que lo que no entiendo es cómo a ninguna mente pensante de esas que parece abundan tanto en los ministerios  aún no se le ha ocurrido. Y es que está claramente demostrado que la inteligencia emocional determina mucho más que la inteligencia intelectual  el éxito  social y personal de un ser humano. Y además sabemos que puede entrenarse. Cuanto antes, mejor. Por no hablar de lo que podría suponer ser una sociedad más inteligente emocionalmente en este mundo globalizado: disminución de conflictos, elevación de la creatividad, trabajo en equipo, etc. Esta materia con suerte, se da como taller en algún instituto y se trasmite, igualmente si hay suerte,  por medio de un profesor emocionalmente inteligente. Pero debería incluirse durante todos los años de educación obligatoria y debería formarse a todos los profesores en este asunto. Porque ¿De qué sirve enseñar a un niño que no debe pegar a sus compañeros si luego ese mismo niño no tiene la menor capacidad de autocontrol? ¿De qué sirve que hagamos mil murales sobre la paz,  si luego no sabemos resolver los más mínimos conflictos entre compañeros?

Abrir los centros educativos a la sociedad.

Abrir los centros a la sociedad, no aislarlos en el interior de sus muros. Dejar que los padres colaboren realizando actividades en horario lectivo sin miedo, como se hace cuando son muy pequeños, ya que en muchos casos sus enseñanzas son más valiosas que el mejor de los documentales. Dejar que colaboren las ONG, asociaciones, empresas, instituciones etc.

Podría ampliar mucho  más todos estos puntos: Por ejemplo no olvidar jamás la formación artística, musical, filosófica, deportiva. Porque aunque no puedan medirse, son indispensables en la formación de los alumnos; o por ejemplo intentar evitar la brecha digital que ya existe entre ricos y pobres en el uso de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) mediante su uso en la escuela; Enseñar a participar en la sociedad para ser un buen ciudadano, no un buen consumidor; Emplear mecanismos de control eficaces para detectar a los mejores profesionales y evitar los nefastos, etc.

Pero sólo quería dar unas pinceladas y casi me sale un mural. Sólo me falta decir que     el cambio es necesario, y si desde arriba no se facilita, habrá que hacerlo desde abajo, como padres, educadores y también como alumnos.

Estoy convencida de que el futuro está en manos de gente creativa, con iniciativa, y capacidad para gestionar sus emociones y trabajar en grupo. Y si queremos además que esa sociedad del futuro sea una sociedad para todos y no sólo para unos pocos, tendremos que convencer a todos de que puede hacerse, de que no es tan difícil, de que lo importante es realmente creérselo y ponerse manos a la obra.





13/12/13

Hablando no se entiende la gente

Es mentira que hablando se entienda la gente, o al menos no es del todo exacto. Lo exacto es decir que hablando se entiende la gente que habla el mismo idioma. Y por idioma no quiero decir: inglés, francés o español. Por idioma quiero decir el idioma del alma.
Siempre me llamó la atención porqué si yo quería decir "negro" se me entendía " blanco"; porqué si yo levantaba una ceja parecía que te clavaba un cuchillo; porqué si tú suspirabas yo lo esquivaba como si me tirasen una piedra.
El lenguaje del alma es difícil de definir: está por un lado en las expresiones, los gestos, los tonos. Y por otro,  en ese tamiz interior que se compone de vivencias, prejuicios, opiniones, emociones, razonamientos. Lo que algunos llaman " el cristal del color con que se mira". Ese tamiz es el verdadero lenguaje del alma.
Y es ese tamiz el que define el lenguaje con el que las personas hablan. Por eso muchas veces no importa que no usemos el mismo lenguaje verbal. Por eso muchas veces no importa que hablemos el mismo idioma.
Por eso digo que es mentira que hablando se entienda la gente. Porque cada una de las palabras que nos dicen, llegan a nosotros convertidas en lo que hemos querido dejar pasar por el tamiz, más las derivaciones y arreglos que le hacemos nosotros mismos.
Por sí esto no fuera suficiente impedimento,  hay que contar con la simple (o no tanto) intención de querer entenderse. De querer escuchar, que no oír. Abrir bien los oídos y la mente.
Las personas empáticas poseen un tamiz-camaleón capaz de mimetizarse con la persona que está escuchando. Las personas egocéntricas tienen un tamiz-corcho, que aísla tanto de ruidos como de palabras.
Ese tamiz se crea desde la infancia y se teje con la vida y es muy difícil que un adulto pueda cambiarlo.
Hay trucos. A veces funcionan y muchas otras no. Son trucos para pasar al interior de las personas sin que se den cuenta: buenas palabras y buenos gestos lo primero,  pero con los realmente difíciles se puede usar la táctica de: " por supuesto que tú eres mejor que yo", que es a lo que realmente le tiene miedo el egocéntrico.
Sin embargo hoy me siento triste. Sin trucos de magia. Rodeada de ejemplos de palabras dardos, palabras huecas, palabras de incomunicación. El colmo de los absurdos.  ¿Seremos algún día capaces de darnos cuenta de que una palabra no es sólo una palabra sino su forma, su tono, su gesto, su emoción, su particular significado para el que la escucha? ¿Seremos capaces de saber usarlas? Pero no quiero terminar el día así. No quiero. 
Así qué voy a cambiar el título de esta entrada por otra que es además un deseo para el futuro:
Hablando se entiende la gente que quiere entenderse.



23/11/13

Miedo

El miedo al miedo. A moverse y a no moverse. A cambiar. A decir lo que se piensa. El miedo a equivocarse, a fallar, a no llegar. Miedo a la soledad y miedo a la gente. Miedo a envejecer. Los miedos inconfesables. Los miedos nocturnos. Los miedos que se disfrazan para no parecer miedos.

Vivimos rodeados de miedo y pasamos gran parte de nuestra vida tratando de evitarlo.  En busca de la seguridad, incluso a veces por encima de nuestra propia felicidad.

Inculcamos a los niños el miedo desde pequeños: no subas, no hagas, no respondas, no hables. Los padres, los profesores, y más tarde los jefes, los amigos, los amantes.

Trasmitimos el miedo como antes nos los trasmitieron a nosotros. El miedo dicen, nos salva. Pero ¿dónde se encuentra el equilibrio entre el miedo que nos salva y el miedo que nos hunde? ¿Cuándo un miedo es realmente un aviso o una condena?

Algunos llaman socializar a meter el miedo en el cuerpo: Sé un buen chico, responde sólo cuando se te pregunta, no protestes si te reprenden, no hables en voz alta, permanece sentado, no te levantes ni te muevas. ¿Dónde está el punto que diferencia la socialización del sometimiento? ¿Hasta qué punto interesa que un niño tenga miedo?

Algunos llaman amor a tener atemorizada a la persona que se ama: no te vayas, no puedo vivir sin tí, la vida sin tí no tiene sentido. Frases que curiosamente oimos en las canciones de amor, pero que están repletas de miedo y que inculcan el miedo en el otro, porque ¿cómo voy a ser capaz de vivir si mi vida no es mía sino del otro? ¿Cómo voy a dejar al otro si su vida depende de mí?

Por el contrario, algunos llaman ser independiente al miedo al compromiso. Porque da miedo acabar con la imagen del otro que teníamos idealizada y darse cuenta un día de que ese otro es un ser real, con sus defectos y sus límites, sus arrugas, sus ronquidos, y sus días malos.

El miedo a pararse, a tener que lidiar con los demonios interiores, nos lleva a un incesante y continuo movimiento que muchos llaman actividad. Un ir y venir de casa al trabajo,  y de aquí al gimnasio y a las clases de inglés y de aquí al yoga para relajar algo. Y mientras tanto del móvil al ordenador, del ordenador, a la tableta y de la tableta  a la televisión. No te pares, no vaya a ser que tengas que hablar contigo mismo y resulte que no te gustas o peor aún, que no tienes nada que decirte.

El miedo a envejecer produce seres extraños, eternamente jóvenes en lo externo y en lo interno. Extraños,  porque muy a su pesar el tiempo pasa, y termina dejando una marca reconocible aunque indefinible en rostros y almas.

El miedo a la soledad, produce a veces cárceles insospechadas dentro de las familias, de los amigos, de los grupos. Somos capaces de soportar cualquier cosa con tal de no sentirnos solos.

El miedo a la muerte, a la enfermedad, a la pérdida del trabajo, de los seres queridos. Miedos que aparecen a cara descubierta, que no podemos disimular. Miedos que nos atacan y nos dejan agarrotados, con señales como heridas de guerra.

Y no voy a seguir, porque la lista es interminable. Porque a los miedos antiguos se suman nuevos miedos y se inventan otros tantos, ya que siempre ha interesado jugar con el miedo de los demás.

No voy a seguir porque tengo miedo de aburriros y cansaros.

















20/11/13

Lo tuyo no es normal

Lo tuyo no es normal. Pero ¿qué es ser normal?

Hay gente que se pasa media vida queriendo ser normal y no lo consigue ni a medias y por el contrario hay gente que por querer destacar,  se pasa media vida queriendo ser diferente sin pasar de la mediocridad. Ser diferente no significa ser extraordinario. Sin embargo hay gente que identifica estos dos adjetivos, y se descuelga de la normalidad, no por convicción,  sino por el simple hecho de no querer ser como los demás.

Pues bien, para acercarnos un poco al vasto mundo de la normalidad podríamos intentar  definir qué es ser normal. Puede parecer una labor difícil y probablemente lo sea, pero como este blog no es ni mucho menos un blog científico,  voy a intentar explicar cuáles son las características que debería tener una persona considerada normal. 

Empecemos por la tele. La gente normal ve la tele todas las noches sin importarle lo que le echen: si le gusta estupendo,  y si no le gusta  también. La tele es sinónimo de descanso y de sofá, de modo que lo que le pongan es secundario, llegando en ocasiones a ser incluso uno más de la familia y siendo a veces mejor tratado que alguno de éstos.  Es por ello que gran  parte de la conversación de la gente normal gira en torno a lo que pasa en la tele (Sabemos de reuniones de amigos completamente arruinadas porque  asistentes no televisivos no sabían de qué hablar)

Otra característica es su afición a los centros comerciales. El centro comercial es el lugar donde trascurren aproximadamente tres cuartas partes de la vida de la gente normal. Otras tres cuartas partes las pasa en el trabajo, y otras tres en casa con su familia. De donde saca una persona normal tantos cuartos es un misterio aún sin resolver.

Veamos ahora algunas otras características:

La gente normal hace padel o pilates, o en su defecto  body building  o cualquier actividad terminada en ing.

A la gente normal le encanta Mercadona. Estoy  por asegurar que si no compras en Mercadona es que no eres normal.

La gente normal no entiende de política,  ni es de derechas ni de izquierdas. La gente normal sabe que todos van a lo que van  y que si alguno parece bueno, es para engañarte.

La gente normal suele sufrir de colesterol, hipertensión,  y en su defecto hemorroides (pero en silencio)

La gente normal  suele tener hijos o sobrinos. Si no los tienes y quieres ser normal busca algún niño al que poder ahijar o “asobrinar”.

El sueño normal de todos los seres normales es que les toque la bonoloto ( Esta es una característica que no les diferencia mucho de los que no son normales)

Un ser normal actual no puede vivir sin guasap y sin teléfono móvil,  que es un objeto que tiene guasap.

La personas normales no se meten en líos. Y si están en un lío es porque les han metido en un lío. A veces no meterse en líos les ha traido más líos. Y ya no sigo que me estoy liando.

A los seres normales les gusta el fútbol, la cerveza, el café, las palmeras de chocolate y estar tumbado al sol sin hacer nada.

Las personas normales odian el despertador, el jefe, los atascos, las moscas y tener que trabajar.

Para no extenderme demasiado en este primer acercamiento voy a terminar exponiendo la Máxima de toda persona normal ,que dice:

“Toda persona normal considera que lo suyo es lo normal, de modo que siempre y en cualquier caso,  para dicha persona lo tuyo no es normal”




12/11/13

Lavoterapia

No sé si el término estaba ya inventado. Lo que sí sé es que la primera vez se lo escuché decir a mi amiga Mabel: " me voy a hacer un poco de lavoterapia", me dijo.

Desde entonces, yo también utilizo el término para definir un tipo de actividad que se describiría más o menos como: "Actividad psicofísica que tiene por objeto dejar la casa más limpia que los chorros del oro".

La lavoterapia puede parecer a simple vista una actividad puramente física ya que barrer, fregar, ordenar o recoger son actividades que conllevan un gran desgaste energético que aumenta, como toda actividad física, el nivel de endorfinas del cuerpo y por ende de nuestro bienestar. De modo que si alguien te pregunta alguna vez por el tipo de deporte que practicas, y dado que los términos con sonoridad anglosajona son mucho más chic, responde que haces "home cleaning" (jomclining dicho con acento de Fuenlabrada)

Pero la lavoterapia es algo más.

La lavoterapia tiene un potente efecto relajante sobre la psique. Las razones son muy variadas. La primera responde a una razón de equilibrio mental: el orden externo transmite orden interno. Esta es una regla que las que practicamos lavoterapia la repetimos como un mantra.  La segunda razón es una razón de utilidad: es una labor útil, de modo que si te encuentras por ejemplo en paro, no tienes la sensación de estar perdiendo el tiempo. La tercera es de comodidad mental: limpiar la casa es una actividad automática que no requiere para su desarrollo más que de cubo, fregona, escoba y trapos. Y es automática porque hay cerebros ( como el de mi amiga y el mío) que llevan incorporado en sus neuronas un chip que fué instalado en los primeros años de su infancia y  juventud, y que saltan con facilidad a la vista de, por ejemplo, una capa de polvo de cierto grosor ( si bien es verdad que el grosor depende de cada chip). Este chip por lo general ( salvo excepciones) no fue incorporado en los cerebros masculinos de la época,  y da lugar a contínuos chispazos entre los dos sexos. Creo que en la actualidad se ha ido incorporando en ambos sexos.

La lovoterapia es buena para no pensar, y en ese sentido se asemeja al yoga, ya que mientras recojo una pelusa toda mi atención está única y exclusivamente concentrada en ello. Y es más barata ( no necesitas profe) y más conocida. Lo que no puedo demostrar es que sea más sana.

Pero ¡ ay amigos! La lavoterapia tiene un defecto. Y es que hay una ley (conocida como ley del equilibrio inverso)  que dice que cuando el nivel de mierda y desorden circundante sobrepasa el nivel soportado por tu chip, se rompe el equilibrio interno y la lavoterapia pasa a llamarse lavoestrés. Es entonces cuando en un falso intento por llegar de nuevo a recuperar el equilibrio, el individuo o individua comienza a gritar que  está todo hecho un asco, que no sabes cómo se puede vivir con ese desorden, y que un día de estos te vas de casa y no vuelves. Y entonces el nivel de endorfinas baja y sube el nivel de mala hostia.

5/11/13

Burbujeando

Suena cursi lo sé, pero burbujita es como nos llamamos mutuamente una compañera de trabajo y yo cuando nos vemos. ¿Cómo andas burbu?, decimos para abreviar, y solemos responder: burbujeando.

Burbujear es similar a estar en las nubes pero no exactamente. El que está en las nubes pocas veces toca la realidad, vive allá arriba en su mundo del que baja de vez en cuando en forma de lluvia. La burbujita vive más en contacto con la realidad, aunque sin poder evitar elevarse de vez en cuando en forma de burbuja. La burbujita es frágil, de modo que cualquier voz, roce o llamada de atención, rompen su ensimismamiento. Si no fuera por eso, la burbujita tendería a subir y subir,  y para cuando quisiera bajar,  podrían haber pasado ya varias horas durante las cuales sabría que ha hecho muchas cosas, aunque no sabría exactamente el qué, ya que estaba en modo burbuja. Es en ese estado cuando aparecen los pensamientos de colores, aunque por contra, es también cuando la burbuja ha estado haciendo la compra y ha olvidado el monedero.

Ser burbuja no es fácil. Es más, durante un tiempo la burbuja cree haber sido víctima de una maldición que la castiga contínuamente con los olvidos y sus consiguientes idas y venidas. El tiempo que pierde una burbuja en estos menesteres es una carga que sólo ella conoce. El contacto con otras burbujas relaja su estado de ánimo y la capacita para convivir, a su manera eso sí, entre seres pragmáticos que no entienden que alguien pueda olvidar las cosas con tanta facilidad. Algunos pragmáticos incluso, incapaces de ver otra explicación, están convencidos de que es un subterfugio para irresponsables. Nada más lejos de la realidad. La burbuja es una persona responsable, metódica y organizada. De no ser por esas cualidades, la burbuja corre el riesgo de terminar en el arroyo. Es por eso que a los niños con tendencia burbujística deberían pincharle alguna que otra burbujita desde bien pequeños, ya que en caso contrario pueden terminar en las nubes, lugar del que no bajan nunca salvo para, como dijimos al principio, convertirse en lluvia y deshacerse en lagrimones.

Una vez superado el miedo a burbujear, es decir, una vez la burbuja se ha aceptado como lo que es, se convierte en una persona integrada y realista que de vez en cuando se eleva y ve la realidad desde otra perspectiva, cosa que al final termina incluso causándole cierto placer, que cualquier pragmático puede llegar a observar por la cara de boba que se le pone a la susodicha.

Si tú eres burbujito o burbujita sabrás de lo que te estoy hablando. Si no lo eres, igual ahora entiendes porqué a veces no te saludo por la calle.

31/10/13

La vulnerabilidad


Me encanta esta palabra. Es una palabra larga, como si pudiera ser atacada por cualquier flanco.
Y encima se escribe con v que quieras que no, es una muralla bastante más bajita que la b.
Me gusta la gente que se siente vulnerable. Que sabe que puede se herida. Que sabe que puede ser atacada: por la enfermedad, los accidentes, las personas, la muerte o la vida.
No sentirse vulnerable al menos una vez en la vida es algo muy triste y extremadamente grave. Porque si no lo has sentido nunca,  no puedes desarrollar los anticuerpos de la vulnerabilidad que, entre otras cosas, aumentan tu capacidad de hacer frente a situaciones complicadas, y abren tu mente en la comprensión del prójimo. Quien no se ha sentido nunca vulnerable es incapaz de entender a los demás, y son muy dados a decir eso de: "yo en tu lugar lo que haría...", que es una cosa bastante estúpida,  porque actuar sin ponerse en la piel del otro es como hacer teatro sin meterte en el papel: que resulta poco creíble.  Eso sí, no sé que es peor, si el invulnerable que no ha caido nunca, o el que habiendo caido y habiéndose levantado se cree por encima de los demás, que es otra cara de la invulnerabilidad.
Sin embargo nuestra sociedad admira al invulnerable. La debilidad está muy mal vista, parece de mala educación. Si tú te sientes vulnerable lo mejor que puedes hacer es ocultarlo, y a ser posible poner cara de tío duro, a lo Clint Eastwood y su Harry el sucio, cosa que está bien para verlo en el cine, como los efectos especiales, pero que es mejor no intentar hacerlo en la realidad.
No deberíamos asustarnos de la vulnerabilidad. A veces no queda más remedio que hundirse, que sentirse ahí, acabado y miserable. A veces es ahí, en ese momento, cuando aparecen aspectos que desconocíamos de nosotros mismos. Cuando se pueden hacer, como decía Quentin Blake en su historia de la rana bailarina " todo tipo de cosas si uno necesita realmente hacerlas".







25/10/13

Pesimistas cabreados


Hay pesimistas cabreados y pesimistas tristes. Hay pesimistas que sobrellevan su pesimismo y pesimistas que llevan a gala su pesimismo. Un pesimista triste sobrelleva su pesimismo. Uno cabreado por lo general, se siente orgulloso por lo mismo. 
El pesimista cabreado te mira con una cara lastimosa que por lo general quiere decir: "hija mía, cómo se ve que no te enteras de nada" 
Para ellos si no estás mosqueado perpetuamente y no encuentras una razón por la que mosquearte significa que eres una panoli que vives en la inopia.
Estos pesimistas son inaguantables, pero curiosamente suelen ser líderes de grupos humanos, igualmente inaguantables e igualmente arrogantes, que logran convencer a grandes masas de la población de que la única manera, la auténtica, la real, la inteligente de ver la realidad, pasa por el tamiz del pesimismo cabreado.
Mientras ponen a parir a unos y a otros (de ellos no se salva casi nadie), se sienten del lado de la verdad. Se sienten iluminados, se sienten dioses.
Sin embargo yo creo que el pesimista cabreado es un cobarde al que le resulta muy cómodo su refugio pesimista repleto de mala leche. Allí se cree intocable. Porque ¿Cómo vamos a atacar allí donde no se construye nada? ¿Cómo destruir los muros de algo que no tiene muros, que es pura destrucción? ¿cómo atacar a una máquina de atacar?
Todos los líderes políticos y de  de opinión deberían pasar por un test que les impidiera actuar en caso de dar positivo en el test del pesimismo cabreado.
¡Qué gran beneficio para la sociedad!
Mientras alguna mente prodigiosa planea cómo hacerlo, al menos intentemos no contagiarnos por este....vamos a llamarle virus.
Os advierto: es muy contagioso. Y hoy en día más aún. La crisis es un caldo de cultivo estupenda para la incubación de estos virus que, para colmo, tienen mucha audiencia.




21/10/13

¡ De estreno!

Hoy estreno blog. ( Gracias Enrique)

Para saber por qué narices se me va el tiempo entre las manos sin saber realmente en qué.
Para dejar salir, y a ser posible en orden, la baraúnda de pensamientos que se me acumulan en el borde del cerebro, empujándose unos a otros, y  metiéndose el codo en las costillas, sin que al final salga ninguno y todos terminen perdidos en cualquier rincón craneal más solos que la una.
Para poder seguir diciendo eso de que no tengo tiempo para nada.
Para decir, por decir algo, que soy especialista en "Nada en concreto", que es una especialidad que voy a poner de moda.
Para tener una excusa más por la que no logro ser una persona práctica, centrada y profesional y poder decirme a mi misma: o sea que era por esto.

Y nada más. Porque el horario se impone y de nuevo....se me va el tiempo entre las manos.